El Corazón tirita ya muy lento,
casi dentro de lo normal;
los dedos apaciguados no sienten deseo de arrancar
con fuerza el blanco de la superificie.
La desesperada impaciencia de la pubertad
y el conformismo, el deseo vago de la ansiada gloria,
el desprendimeinto del suelo y el vacío del cielo;
hiriendo tu vida pasada.
Antes rostros disfrazados de negro,
los polvos, culpables del vértigo,
cubrían y separan el exotismo fantástico.
Ahora, te mirabas enrojecida frente a un espejo,
lamiendo lágrimas y soñando desprecio.
Te tiraste sobre un sillón negro, con el mundo de frente,
bajo tus manos c